Obviamente los comentarios me los ha hecho gente que no tiene ni pajolera idea de lo que es una cesárea, lo cual resulta aún más sorprendente.
“¡Qué suerte has tenido que te has librado de los dolores de parto!”
“De haber podido elegir, yo habría elegido sin duda una cesárea”
“Mejor cesárea que parto vaginal. El bebé no sufre y sale más bonito”
“Prefiero una raja en la tripa que no ahí abajo”…
Estas han sido algunas de las frases que he escuchado cuando hablo con otras madres que no se han enfrentado nunca a una cesárea y que por el mero hecho de ver que es una operación cotidiana en los hospitales, restan importancia a esta cirugía.
A ti, mujer, que nunca has pasado por una cesárea pero te permites hablar de ello como si fuera un acto cotidiano y banal, alabando las múltiples ventajas que, a tu juicio, tenemos las que sí lo hemos vivido, te diré algunas cosas.
Puede que una madre que da a luz mediante cesárea no conozca el dolor de una contracción de parto, de un pujo o del alumbramiento del bebé, pero te aseguro que los dolores del post-operatorio pueden llegar a ser bastante insoportables y limitantes.
Sentirte un trozo de carne sobre una fría mesa de operaciones no es plato de buen gusto. No tener control sobre tus extremidades (piernas dormidas a causa de la anestesia y brazos, en ocasiones, atados en cruz a ambos lados de la camilla) y con la única visión de una tela verde colgando del techo, te hace sentir vulnerable y sola.
Sola porque rara vez puedes estar acompañada de quien deseas y vulnerable porque no dependes de tu cuerpo, de la naturaleza y de tus capacidades como mujer sino que tu vida y la de tu bebé dependen exclusivamente del equipo médico que te trata.
La tela verde te tapa la visión del nacimiento de tu hijo y debes esperar a que alguien te lo muestre por encima, te lo acerque para besarlo y, si lo consideran, te desaten las manos para poder acariciarlo (pero sólo si lo consideran, porque si te ven muy nerviosa o excitada puede que prefieran “no arriesgarse a que en un descuido metas la mano en el campo quirúrgico”…).
Tampoco es frecuente instaurar la lactancia ni practicar el piel con piel con tu bebé instantes después de haber nacido y lo más probable es que, en el mejor de los casos, este acercamiento se produzca con el padre, que estará esperando hecho un manojo de nervios a las puertas del quirófano.
Un padre al que los estrictos y absurdos protocolos médicos le privarán de ver nacer a su hijo, de sujetar con fuerza la mano de su mujer y de sonreír juntos y cómplices ante el que debería ser el momento más bonito de sus vidas pero que, probablemente, recordarán de forma gris (sobre todo si no se esperaba parir de esta forma).
Cuando todo haya pasado podrás reunirte con tu bebé pero lo que nadie te cuenta es que te costará un mundo ponerte en pie, sentarte, caminar, coger en brazos a tu pequeño y ocuparte de él como una madre desearía.
Bañar a tu hijo, cambiarle el pañal, acunarle, vestirle, darle el pecho… serán tareas que te llevará tiempo hacer con soltura y sin molestias.
Y es que la recuperación de una cesárea no se lleva a cabo en dos días, como muestran las famosas entaconadas de las revistas.
El post-operatorio es largo y delicado, y aunque el dolor poco a poco irá remitiendo, llegarás a sentirte frustrada en algunos momentos por no ser la que eras antes de entrar a quirófano y por necesitar ayuda hasta para darte una ducha.
Y sí. Te daré la razón en una cosa: Los niños que nacen por cesárea son “más bonitos”.
Su cabeza es perfecta y su piel es sonrosada, pero lo que tampoco te cuenta nadie es que atravesar el canal del parto tiene múltiples beneficios para ellos que con el nacimiento por cesárea no tendrán…
Las cesáreas salvan vidas y hacen posible la llegada al mundo del bebé cuando no se puede de manera natural.
Soy una firme defensora de esta práctica pues gracias a ella tengo a mis hijos conmigo, pero confieso que estoy cansada de escuchar comentarios como los que abrían el post, en donde se banalizan las cesáreas, se prefieren –desde el desconocimiento más absoluto- para dar a luz y se resta valor, coraje y fuerza a las madres que parimos de esta forma.
Pero, tras mi triple experiencia, una cosa tengo clara y es que las madres que hemos dado a luz mediante cesárea estamos hechas de una pasta especial y tenemos una capacidad asombrosa de recuperarnos físicamente de una operación tan compleja.
Así que, desde mi humilde rincón, un homenaje a todas esas mujeres valientes cuyo vientre surcado por una cicatriz, no les impidió ponerse en pie para atender a su recién nacido cuando todo parecía imposible.